La pronunciación es el broche.
Hace algún tiempo me encontré un material muy interesante del programa «Murcianos por el mundo» (sí, en Murcia también tenemos de eso) y me tomé el trabajo de cortar un par de vídeos y empalmarlos para utilizarlos de ejemplo en clase. Ahora lo dejo aquí, y espero no estar atentando contra demasiados derechos de autor. En este vídeo he seleccionado dos ejemplos de emigrantes españoles en Alemania que se encuentran en las antípodas, amén de en otros aspectos, en lo que a la pronunciación del alemán se refiere. El primero, un típico emigrante de los años sesenta que se fue a Alemania si hablar ni papa de alemán y tuvo que aprenderlo a salto de mata; la segunda, una ingeniera que trabaja en la universidad, casada con un alemán y perfectamente integrada. Vaya por delante mi especial simpatía por el primero de ellos, lo que no es óbice para que me sirva de ejemplo de persona que se ha mantenido perfectamente impermeable a la fonética del alemán, sonando tras treinta años en Alemania más murciano que el más murciano de los murcianos. Impagable su pronunciación de cierto alimento, que me ha dado pie para el título de esta entrada. Por cierto: también muy divertido cómo este caballero se dirige con toda naturalidad a una señora turca en perfecto murciano, como si el murciano fuera la lingua franca europea. En el caso de la segunda emigrante resulta impresionante cómo su español se ha teñido tanto de la entonación del alemán que la chica, de la rústica Cieza para más inri, parece más una alemana que habla español que al contrario. Creo que es un buen ejemplo de la importancia de la pronunciación para estudiantes noveles de alemán, y de que merece la pena esforzarse para que ésta se convierta en el broche, en el mejor sentido, de nuestro nivel de alemán.
Murciano en Hannover:
Murciana en Hannover:
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